Primeras impresiones sobre Japón



Aquí estoy, después de haber realizado uno de los sueños de mi vida. Porque he vuelto de Japón. Y sigo sin poder creérmelo. A pesar de que han sido once días (trece contando los dos de viaje) me han parecido apenas un suspiro. Me hubiese quedado ahí meses porque tengo la sensación de haber visto apenas la punta del iceberg. Me encantaría poder volver. Incluso me encantaría poder vivir allí una temporada, no como una turista, sino introduciéndome en la cultura de ese país.

Lo cierto es que ha sido una experiencia genial. Mucha gente, al querer saber cómo me ha ido, me pregunta si el país me ha decepcionado en algún sentido (porque yo lo tenía muy idealizado). Y mi respuesta es no. Es exactamente como esperaba que fuera. De hecho, es tan exactamente como esperaba que fuera, que a veces tenía la sensación de haber estado ya allí. Aunque, en cierto modo, puede que sea así, después de tantos mangas/animes/películas y cultura japonesa que he ido empapando desde que tengo uso de razón.

Japón es un lugar lleno de contrastes, pero esto yo ya lo sabía. Es un país en el que, en medio de una gran ciudad, en una callejuela escondida, puedes encontrarte un templo que te transporta 200 años al pasado, en el que un hombre o una mujer cualquiera le está rezando a una estatua para que le ayude en sus problemas. Es un país en el que te subes a un tren bala de última generación y a las 12 en punto la pareja que está a tu lado se pone a comer el almuerzo de sus bentos, mientras la mujer le prepara diligentemente el plato a su marido y le sirve la cerveza en un vaso de plástico. Es un país en el que te bajas de ese tren, te subes a otro más sencillo que te lleva a un pueblo de montaña y luego coges otro más, tan, tan sencillo que parece sacado de una peli de los cincuenta, y que discurre por los alpes japoneses por una vía tan estrecha, que parece de juguete y que, debido al viento, te deja tirado en una estación de montaña, que es tan vieja, tan vieja, que te ves protagonista de una peli antigua.

Una de las cosas que más me ha sorprendido es la cantidad de falsos mitos que circulan sobre Japón. He visto CANTIDAD de gente cruzando con el semáforo en rojo, y eran nativos de pura cepa. No es cierto que no puedas estornudar por la calle, ni que te miren mal sonarte la nariz en el tren, ni que esté prohibido comer en público (sí está prohibido hablar por el móvil en el tren, pero he visto a una mujer hacerlo, así que...). Sólo hace falta acercarse a cualquier lugar turístico para ver la cantidad de puestos de comida ambulante y cruzarse con alguien comiendo un pepino marinado o un calamar a la plancha pinchados de un palo. A mí me estornudaron prácticamente en la cara en un tren y he visto cantidad de gente quitándose los mocos en público. Lo que ocurre en ese país es que son TAN respetuosos con los que les rodean, que llegan a resultar extraños a ojos occidentales.

Un ejemplo: las máscaras. Mis dos primeros días en Tokio fueron muy impactantes en ese aspecto. No podía entender qué hacía la mitad de la población con esas máscaras médicas en la cara. Daba igual el tipo de persona que fuera, una joven arreglada de punta en blanco, un colegial, un hombre de negocios o una anciana. Todos iban con esa cosa en la cara.

Luego lo entendí. La mayoría de personas que llevaba eso estaba resfriada. Lo llevaban para no lanzar microbios, debido algún ataque de tos o estornudo indeseado, a la gente que les rodeaba.

Más ejemplos. ¿Os podéis imaginar lo que es entrar en un vagón de tren/metro atestado de gente en el que piensas «joder, aquí no entra nadie más» y que entre el doble de gente, pero de forma educada, sin empujones, con cada persona encontrando el sitio justo para no molestar a nadie? ¿Y que en ese tren, durante todo el trayecto, no se oiga ni una mosca, solamente el murmullo de alguna conversación susurrada?

Me sorprendió muchísimo que en una ciudad tan gran, con tanta gente (miles, centenares de miles, millones de personas), en la que fueras donde fueras las calles estaban a reventar, casi nunca te dieras de bruces contra nadie. Y en el caso que tu camino se cruzara con el de alguien y te encontraras en esa estúpida situación en la que ninguno de los dos sabe qué dirección tomar, esa persona se detuviera, te dedicara una reverencia de disculpa y siguiera su camino.

Otra más. Imaginaros un templo. ¿Sabéis esos papelitos que se atan en los árboles o esas maderas que se cuelgan para pedir deseos? En muchas partes (casi todos los templos poco transitados), las tienen expuestas sin vigilante. Hay el precio de cada una de ellas en un cartelito y una hucha al lado. Tú coges la madera, depositas el dinero en la hucha y la usas. Pero nadie te vigila, así que si quieres coger la madera y no pagar, allá tú con tu conciencia. Y una cosa parecida pasa en los autobuses. En los autobuses japoneses se paga al salir. Cuando entras en el vehículo, coges un tiquet de una máquina con el numero de parada en el que te has subido. Cuando te bajas, miras ese número en el panel de precios, que se va actualizando a medida que avanzas, coges el dinero correspondiente (importe exacto) y lo echas en una especie de hucha que tiene el conductor. Lo bueno es que él no lo cuenta así que si le quieres echar de menos, nadie te va a decir nada.

Y una cosa aún más fuerte: no hay apenas basura en las calles. Sí, eso está bien, ocurre en otros paises.... ¡Pero es que en Japón apenas hay papeleras en las calles! No hay papeleras (sí las hay, pero en puntos muy determinados, especialmente cerca de los puestos de venta de comida, sean expendedoras, tiendas, etc.) y está todo limpio. Flipante.

La gente es muy pero que muy amable. Se nota el cambio generacional (la gente mayor es tan servicial que te hace sentir mal, parece que fueran capaces de matarse por ti (había un trabajador en el primer hotel en el que estuvimos que nos hacía tantas reverencias que me daban ganas de pedirle que parase, porque me sentía mal por él), los jovenes son amables, pero son más cercanos), pero todos te tratan con respeto a su manera. Cuando entras en un local de comida te saluda todo el mundo, incluso el cocinero. Si preguntas algo intentan ayudarte (aunque a veces no sepan como XD). E incluso a veces te ofrecen su ayuda sin que la pidas.

Y otro mito que voy a derrocar: los japoneses sí hablan inglés. Pero hablan inglés «japonizado» y cuesta mucho de entender. Si sabéis algo de japonés, entenderéis lo que digo. Ellos montan las frases al revés o dicen las cosas con un sentido erróneo. Por eso cuesta tanto entender lo que dicen. Y luego está la pronunciación. Lo pronuncian en japonés, con las r fuertes y las l convertidos en ese sonido suave que no sabes exactamente qué es. Como lo de «cora» para coca-cola.

En fin, que estoy encantada con mi viaje. Sé que ese país tiene muchas sombras también. Soy consciente de ellas. Los japoneses fueron muy crueles en sus guerras contra China o durante la Segunda Guerra Mundial, son una sociedad muy machista (eso lo viví un poco en mi própia piel, porque durante el viaje nos encontramos continuamente con que la gente se dirigía a mi marido para pedirle las cosas, cuando la que hablaba inglés (y un poquito de japonés) era yo), y muy intolerante con los que son/piensan diferente. Pero, a pesar de ello, los sigo admirando profundamente. 

Para no alargar esto eternamente, dejo la explicación más técnica del viaje para una próxima entrada. Y así os subo también alguna que otra foto.


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