Acerca de mi proceso creativo


Hace un tiempo alguien me preguntó por mi proceso creativo. Pensar en las cosas que hago y cómo las hago es algo que me cuesta bastante. La mayoría de veces es mi instinto el que me guía para hacer algo de una determinada manera, e intentar cambiar o controlar eso suele darme muy mal resultado. Sin embargo, la pregunta me pareció lo bastante interesante como para sentarme un rato a pensar en cómo hacía para crear historias.
Esto no es una guía. No creo en las guías para escritores, pienso que casa persona tiene que encontrar su propio camino. Pero también soy de la opinión que leer sobre el camino de los demás nos puede ayudar en esa búsqueda.



Para empezar, puedo decir con toda certeza que soy una escritora de brújula. No hago esquemas generales antes de empezar a escribir, ni tampoco me hago un borrador en el que luego trabajaré. Es la misma historia la que me dice por dónde avanzar en cada momento (o, quizás, debería decir que es mi inconsciente el que lo hace).
Lo que sí que es cierto es que antes de ponerme a escribir necesito haber pensado bastante en la historia. Sin tomar notas, ni tampoco haciendo documentación; todo eso lo hago una vez he empezado a escribir. Pero sí que necesito tener más o menos claro algo que quiero contar. No siempre en los mismos términos: hay veces en las que empiezo una historia sabiendo cómo terminará pero no qué pasará para que termine así; otras en las que sé qué es lo que hace de detonante de la historia, pero no sé a qué desenlace me va a conducir todo ello; otras en las que imagino una escena o un lugar o un personaje, y poco a poco voy construyendo una trama alrededor de ello.
Me gusta improvisar y experimentar escribiendo, pero nunca lo planeo con anterioridad sino que es algo que me salen en el momento. Por ejemplo, estoy trabajando en un texto y de repente se me ocurre hacer cambios de narrador; o de empezar cada capítulo con la misma frase; o de no mencionar el nombre de un personaje en todo el capítulo. Luego lo pruebo y veo como sale. A veces no sale bien y tengo que quitarlo. Pero a veces quedo muy satisfecha con el resultado y lo dejo. Esta es otra de mis características como escritora (y como persona): me cuesta un poco hacerme una idea de las cosas sin verlas, pero una vez las tengo delante me resulta muy fácil manipularlas para encontrar su mejor versión. Aunque esa mejor versión sea la basura. Quizás por eso, y aunque suene raro, me guste tanto corregir.
Entrando ya a un nivel más forma, mi forma de escritura depende un poco del día y de mi estado de ánimo. Hay veces que ideo ciertas escenas con antelación y las desarrollo en mi cabeza para saber qué ocurrirá (escribo mucho en mi cabeza, como podéis apreciar).  Otros, en cambio, prefiero sentarme delante del teclado y dejar que los dedos vuelen por las teclas (o por el papel, porque también escribo mucho a mano y es algo que me ayuda a aclarar ideas cuando estoy un poco saturada) y me sorprendan con el resultado.
En ese sentido, escribo directamente, pensando que lo que salga de mis dedos será la versión definitiva (aunque en el fondo sepa que no será así). Aunque algunas veces (muy pocas) escribo un borrador de una escena a grandes rasgos, para después desarrollarlo en una segunda escritura, es algo que no disfruto y que me cuesta una barbaridad (y, personalmente, creo que el resultado de hacer eso empobrece muchísimo mis textos).
Por esa misma razón, cuando escribo una escena, necesito que todo esté perfecto en un párrafo antes de seguir con el posterior. Si, por ejemplo, necesito una palabra concreta y no la encuentro, no puedo dejar el espacio en blanco para buscarla más tarde. Necesito parar y meditar sobre ello, y hasta que no la he encontrado no puedo continuar. Si lo hiciera, si continuara, la atención de mi cerebro estaría en esa palabra y no me permitiría centrarme en lo demás.
Cuando me pongo a escribir, siempre releo lo último que he escrito para meterme dentro de la historia y del momento creativo en el que me encontraba en la sesión anterior. Eso a veces acaba en algunas correcciones o retoques, que me hacen perder bastante tiempo. Pero es la única manera que tengo de retomar el hilo de lo que venía pensando mientras escribía. Supongo que es uno de esos rituales que tienen los escritores para invocar a las musas.
Esto puede parecer una contradicción con lo que he dicho antes: escribo pensando que el texto es el definitivo, pero luego, a la mínima, lo retoco. Y es que tengo una obsesión malsana con las correcciones. Me encanta corregir: es lo que más disfruto del proceso creativo. Corrijo mis textos muchísimas veces. Millones de veces. Una relectura, tras otra, tras otra. En verdad disfruto más la corrección que la creación desde cero, porque corregir es como poner cada pieza en su sitio. Es como montar un puzle. O como colorear una ilustración. El trabajo base ya está hecho, pero hacerlo consigue que la obra cobre otra dimensión.



No suelo hacer correcciones muy profundas de mis textos (aunque también caen, a veces), mis cambios suelen ir más bien hacia la parte estética, para que el texto suene y se exprese tal y como yo lo tengo en la cabeza. De hecho, no me gusta tocar la idea centrar de una obra cuando ya está escrita, me parece una traición a la misma. Si se da el caso de que la idea no funciona, pienso que es mucho mejor dejarla correr y empezar otra cosa nueva.
Por estas cosas suelo ser lenta escribiendo, como os podéis hacer una idea. Ya no es sólo el perfeccionismo, sino todos los rituales que rodean el hecho de escribir y de conseguir llevar mi mente al estado propicio para conseguir que las palabras fluyan.
Y ya para ir terminando, me gustaría hablar de mi inspiración.
Lo cierto es que nunca sé de dónde saco las ideas. Sencillamente, vienen. Otra vez el inconsciente llenándome la cabeza de cosas. Me gustaría poder decir “tengo este elemento y este otro y el de allí y voy a montar una historia”. Pero no funciona así para mí. Porque a la hora de plasmar esas ideas y de que se conviertan en una historia, necesito que salte la chipa. Y esa chispa tiene que nacer sola, ahí en ese rincón oscuro de mi cabeza, es algo en lo que mi yo consciente no tiene ningún control.
Eso sí, reconozco que me influye mucho el entorno: si he leído sobre un tema que me ha llamado la atención, si he hablado de algo importante con alguien, incluso si he escuchado una canción con un mensaje que me ha llegado de alguna manera. Pero, como he dicho, la mezcla de estos ingredientes y la manera como se convierten en una historia no es algo que yo haga de forma consciente.
Y este es mi proceso creativo, más o menos. Espero que os haya parecido interesante o, al menos, que la entrada no os haya aburrido. ¿Vosotros cómo os organizáis para escribir? ¿También sois brújula? ¿Mapa? ¿Un poco de los dos?

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